viernes, 20 de septiembre de 2024

Leyenda del panecillo bendito = Córdoba

 

Varias son las leyendas que atribuyen hechos milagrosos a la imagen de San Nicolás Tolentino. Entre ellas, la más curiosa es, quizá, la del panecillo bendito.
Contaban que a principios del Siglo XVII, una mujer devota llevó a la imagen unos panecillos para que fueran bendecidos. Poco después, su marido la invitó a dar un paseo. Ella le había sido infiel, y le acometió la sospecha de que intentaría atacarla. Por ello, se encomendó al santo y puso uno de los panecillos en su pecho.
Efectivamente, el hombre conocía la existencia del amante, y en su invitación ocultaba la intención de matarla. Llegados a la calle de la Palma, comenzaron a discutir y el marido sacó un puñal y se lo clavó. Acto seguido, salió corriendo y nunca más supieron de él.
Algunos vecinos acudieron al alboroto, y al hallarla tendida en el suelo, la creyeron muerta. Sin embargo, la mujer volvió en sí y comprobaron que el puñal se había clavado justo donde llevaba el panecillo bendecido por el santo.

Cordobapedia

Leyenda de los Organos = Teruel

 

Hace muchos, muchos años, cuando esta era una tierra que comenzaba a poblarse y  estaba azotada por las guerras, cuando la vida tenía menos valor que la de cualquier animal de corral o silvestre, vivía en Montoro, bien asentada, la familia Romanz que compartía su poder y sus haciendas con la familia Villariaga.
El Señor Arturo de Romanz tenía una dulce y bella hija que se llamaba Guadax, por otra parte, como no podía ser de otra manera, el Señor Marcial de Villariaga tenía un hijo, Silvano, algo mayor que Guadax.
Guadax era todo ternura, sus grandes ojos de color de miel expresaban toda la dulzura que en ella había; se emocionaba con los cantos de los pájaros, con la floración de la primavera, con los amaneceres, los atardeceres o con cualquier muestra de vida. Y sufría con el dolor ajeno, con las injusticias o con cualquier muestra de maldad.
Silvano en cambio era un hombre cruel y perverso que disfrutaba imponiendo y abusando del poder que su familia tenía.
Guadax disfrutaba con la música, Silvano con el ruido de las espadas en la guerra.
Le gustaba a la chica caminar hasta el Molino de las Herrerías donde vivía el molinero,
Martín, un hombre sencillo, bueno y honesto, que poseía una dulzaina y cada vez que llegaba Guadax la hacía sonar aguas abajo de su molino, donde en algunas ocasiones se les hacía casi de noche con la compañía de los lobos que disfrutaban del sonido
extraordinario que de ese instrumento salía. Ni que decir tenemos que Martín amaba profundamente y en silencio a esa muchacha dulce y sensible.
Desafortunadamente Guadax fue creciendo y se volvió la mujer más bella de aquel territorio, Silvano, un ser egoísta y envidioso, quería a Guadax por esposa, necesitaba no solamente ser temido por su maldad, sino que también envidiado por tener la más bella mujer de todas las tierras.
Una noche el Señor y de Romanz anunció a su hija que había pactado con la familia Villariaga que sus haciendas se unirían por la unión matrimonial que iba a contraer con Silvano.
De nada sirvieron las suplicas que la pobre Guadax imploró a su padre, de nada sirvieron todas las lagrimas que derramaron sus ojos, de nada sirvieron las amenazas de quitarse la vida si seguía adelante con esa espantosa proposición. Su padre estaba decidido y nada podría hacerle cambiar de opinión, Guadax sabía con seguridad que aquella atrocidad se iba a cumplir, así que asumió amargamente su decisión y se retiró a sus aposentos a dormir. El golpe emocional fue tan duro que la bella joven no podía pensar, su cabeza le daba vueltas, se encontraba tan mal...
Después de varias horas en las que no podía dormir decidió darle un giro a su vida, así que se deslizó silenciosamente por la ventana de su habitación y emprendió el camino del río que le llevaría al molino de las Herrerías, las lagrimas rodaban por sus blancas mejillas, el corazón se agitaba contra su menudo pecho, sus pies tropezaban con cualquier cosa que encontraba en la senda. Bien entrada la madrugada llegó al molino y golpeó casi sin fuerzas la puerta; al cabo de unos segundos interminables Martín descorrió el pestillo de su casa con un tedero en la mano y encontró a la mujer de su vida derrumbada sobre el suelo de la entrada. Su corazón se agitó de angustia pues sabía que algo horrible le había sucedido, la cogió entre sus brazos y la tumbó sobre una manta en
el suelo junto a la chimenea que aun estaba encendida, le preparo un poleo bien caliente y la observó sin decir una sola palabra.
Cuando Guadax recuperó un poco las fuerzas, comenzó a contarle lo que le había sucedido y que es lo que quería de él. Martín en ese momento deseo no haber nacido.
¿Cómo podría llevar a cabo aquella terrible petición?, pero al mismo tiempo sabía que era la única salvación que su amada tenía.
Después de varios minutos de silencio sepulcral, Martín se fue a su habitación, cogió su dulzaina, una manta, el cuchillo de la cocina y cogió con dulzura la mano de Guadax.
Salieron del molino sin cerrar la puerta. 
La luna estaba llena e iluminaba el camino a “su lugar mágico”, los dos caminaban juntos 
cogidos de la mano, en silencio, destrozados.
Cuando ya se encontraban en el lugar en el que tantas veces habían sido felices... hablando, escuchado la música o simplemente mirándose; se sentaron uno al lado del otro, se besaron con un dulce y largo beso, Martín sacó el cuchillo de cocina y con las lágrimas ahogándole el pecho lo clavó en el corazón de Guadax que murió con una sonrisa entre sus brazos.
La tapo con la manta y espero, tocando la dulzaina para su amada, a que llegaran las dos familias que habían destrozado su vida. Miraba a su alrededor y como en los buenos tiempos los lobos escuchaban cerca de él la sinfonía.
Era ya medio día cuando se presentaron las familias Romanz y Villariaga, Martín no dejó de tocar, el Señor Arturo de Romanz no daba crédito a lo que sus ojos veían y lloró amargamente por la sentencia de muerte que había dictado sobre su hija; mientras
Silvano de Villariaga cegado por la ira de no poder tener a la mujer más bella de todas las tierras, desenfundó rápidamente su espada y de un solo golpe seccionó la cabeza del cuerpo de Martín.
Hubo un silencio sobrecogedor en todo el valle y ante el asombro de todos el cuerpo de Guadax fue convirtiéndose en líquido hasta llegar al río donde se convirtió en agua y aumento el caudal, mientras que el cuerpo de Martín con su dulzaina en la mano se
transformó en roca que creció y creció hasta hacerse montaña. Los lobos bajaron de inmediato a beber agua del río y los tres hombres corrieron despavoridos.
Desde aquel momento la montaña que un día fue Martín, hoy conocida por Los Órganos, en las noches de luna llena suena la melodía que le tocaba a su amada y el río se llamo
Guadalope en memoria a Guadax y porque los lobos (lope) bajaban a beber. “El Río de los Lobos”

Leyendas de El Obrador

El incendio

Era el noble castellano de Tudela prototipo de caballerosidad e hidalguía. Las puertas de su castillo estaban siempre abiertas a todas las desdichas, a todas las necesidades y a todos los pobres de la comarca.

A pesar de sus años, el castellano era muy aficionado a la caza, y a menudo salía con amigos y servidores a perseguir las piezas, que cobraba casi siempre, por ser muy diestro en tal arte.


Una noche lóbrega y oscura, después de un agitado día de caza, el señor de Tudela reposaba en el salón de su castillo. Junto a él estaba su hija, la bellísima castellana, el amor de su corazón y la luz de sus ojos. Cuando así estaban, se acercó uno de sus servidores a decirles que un moro peregrino, perdido en la noche entre la montaña, pedían nospitalidad hasta el día siguiente. Pero ellos, los servidores, se resistían a dejarle pasar.


Hacedle pasar y preparadle buena comida y buen lecho —dijo el ano.


Mirad señor, que se trata de un perro moro...


“Para mí es sagrado, pues me pide hospitalidad y está extraviado.traédmelo  acá.


El moro era joven y gallardo. Hablaba con gracia y soltura; sabía cantar y tocar el laúd. Y la velada se hizo tan grata con él, que las repetidas veces que intentó retirarse fue detenido por la joven castellana.visiblemente encantada por el simpático huésped.


Al día siguiente el moro se quedó para asistir a la caza del oso. Era una mañana clara y fría, el aire agitaba los árboles y daba gusto galopar por los senderos del bosque. Pero ¡ahí está el oso! El señor de Tudela arremetió contra él; pero con mala fortuna. Sus años se hacían ya sentir, y el oso le hirió gravemente.


Conducido al castillo, moribundo ya, tuvo un terrible presentimiento e hizo jurar a su hija que nunca renegaría de su religión ni de su patria. La joven, llorosa y asustada, juró tímidamente.


Pasaron varios días. El anciano señor reposaba en el panteón de su castillo, junto a sus antecesores. El moro iba a partir. Pero aquella noche, antes de su marcha, el moro y la doncella cristiana se confesaron su amor y decidieron partir juntos.


Nadie supo nunca cómo pudo ser. Pero cuando la enamorada pareja hacía los últimos preparativos, un horroroso incendio se desencadenó en el castillo. Los criados, enloquecidos, corrían de un lado a otro, las llamase lamían ya las paredes altas y habían deshecho el puente levadizo. Sólo quedaba una salida trasera. Hacia ella se dirigió el moro llevando en sus brazos a su amada. Pero. al llegar a la puerta se quedó detenido, suspenso. Guardando la puerta estaba el viejo castellano que había salido de su sepulcro y con la espada al aire se aprestaba a defender el honor de su hija.


El castillo y sus habitantes fueron una horrorosa hoguera. Después sólo quedó un informe montón de ruinas.


Vicente García de Diego 





jueves, 19 de septiembre de 2024

Don Alvar de Avila y Doña Guiomar - MIroncillo (Avila)

 

Volvían a Ávila, de pelear como buenos en las Navas de Tolosa, los escuadrones de serranos y habían entrado ya en la ciudad por la Puerta del Alcázar. Recorrían las calles entre los vítores de la plebe y los saludos de los nobles, que presenciaban el desfile desde los ventanales o en las torres de sus palacios. Apuesto y bizarro sobre un negro corcel, iba el capitán D. Alvar Dávila, señor de Sotalvo, al frente de sus escuadrones, repartiendo sonrisas y saludos.

Llegaba ya el desfile frente al palacio de D. Diego de Zuñiga, noble y palaciego abulense, arriba, desde la alta ventana, su hija Dª Guiomar aplaudía a los guerreros. Era linda y tenía ojos negros la condesita, era blanca como el lirio de los campos y su mirada angelical se cruzo con la de Alvar Dávila, que sonreía, sonreía... el valiente capitán se serranos recorrió ya la ciudad sin corazón, ¡ lo había perdido en una sonrisa !. 

Muchas veces se vieron Alvar Dávila y la condesita Guiomar, pero siempre a través de aquel alto ventanal de la torre del palacio de D. Diego de Zuñiga. Guardaba el conde a su hija entre los recios muros de la casa señorial para ofrecérsela a Dios. Era duro y altivo el conde, y ante él vino un día el capitán de serranos. Eran breves las treguas de guerra y le pidió licencia para casarse con la condesita, su hija, antes de una nueva partida. El conde, la ira en los ojos, ordenó al capitán que abandonase su palacio, prohibiéndole que en lo sucesivo volver a ver a Dª Guiomar.

El señor de Sotalvo con toda dignidad y gran Entereza, replico al irascible: - Cuando el amor ha nacido, no se le mata con vilencias; que el corazón del enamorado es rebelde y terco en la rebeldía. Dª Guiomar y yo seguiremos amándonos, y aún más, viéndonos: ¡ Mal que os pese !.

Guardias rondaban día y noche el palacio, para prender al capitán si osaba acercarse. Mientras tanto, en el coto señorial de Sotalvo, sobre las altas rocas, mirando a Ávila, la brisa del corazón de Alvar Dávila alzaba en pocos días un blanco castillo roquero. Se adivinaban, más que se veían, los dos enamorados; ella miraba a la sierra; él, en las altas almenas que descubrían la ciudad.

Hasta que un día, al fin, el alma blanca de Dª Guiomar se escapó, hecha suspiro, del lirio de su cuerpo. A las torres del castillo vino aquel día nívea paloma. Suave era el arrullo, y el castellano la tomo con ternura en sus manos, poniéndola al cuello blanco lazo de raso.

De madrugada partía para la guerra al frente de sus escuadrones de serranos. Y en la guerra murió peleando como bueno...

De vítores II

 


Lo cual recuerda una anécdota de Alfonso XII cuando hizo su entrada en Madrid en los primeros momentos de la Restauración. Inclinándose en su coche, le dijo a un hombre que le vitoreaba:

—Gracias, muchas gracias por este entusiasmo.

—Eso no es nada, Majestad —respondió el otro—, sí hubiera visto lo que gritábamos cuando echamos a su madre...

Carlos Fisa

El linaje de los Figueroa «No figueiral, figueiredo...» = Galicia

 


En Galicia dejó perpetua memoria el «tributo de las cien doncellas».
El famoso rey Mauregato había convenido con el califa de Córdoba entregarle cada año cien doncellas 
cristianas, de las más nobles y honradas familias de sus reinos de Galicia y Asturias, para su harén y los de los grandes señores de Al-Andalus. Los gallegos, lo mismo infanzones que villanos, estaban poseídos de indignada rabia por pacto tan vergonzoso. Se negaban a entregar a sus hijas y hermanas, las defendían de las gentes del rey y de los moros, y las doncellas, al ser conducidas, iban deshechas en llanto, mesándose los camellos, arañándose sus bellos rostros, procurando desfigurarse para aparecer feas a los ojos de los enemigos de su fe y de su tierra.
Las gentes del rey conseguían siempre, por la fuerza, sacarlas de sus casas y conducirlas a una torre 
solitaria, que por ello recibió el nombre de torre de Peito Burdelo, a la cual venían a buscarlas los enviados del califa, acompañados de muchos moros armados hasta los dientes. Las doncellas, conforme iban siendo conducidas, esperaban allí hasta que estuviese completo el número y viniesen los moros.
Aconteció en una ocasión que cinco hermanos gallegos, infanzones pobres, se hallaban en un campo, al 
pie de la torre donde se guardaban las doncellas, en el cual crecían numerosas higueras. Había en la torre siete doncellas y una numerosa tropa de moros que las estaba custodiando para llevárselas.
Conmovidos los cinco hermanos al oír los lamentos de las desesperadas doncellas, ardían en deseos de 
libertarlas; pero como no tenían armas, no se atrevían a acometer a la morisma.
Mas habiendo llegado al límite su paciencia, ante el vergonzoso y doloroso espectáculo, el mayor de los 
hermanos propuso que, puesto que no tenían otro medio, se armasen con ramas de higuera y con ellas hiciesen frente a los guardadores de aquellas pobres desconsoladas.
Así lo hicieron. Arrancando ramas de higuera, los cinco hermanos se arrojaron sobre los moros y 
combatieron con tanto valor y denuedo, que hicieron en ellos gran matanza, siendo muy pocos los mahometanos que pudieron escapar, derrotados y maltrechos.
Los arriesgados vencedores, después de poner en libertad a las doncellas, celebraron su triunfo 
entonando un canto heroico que se hizo célebre:  

No figueiral, figueiredo, 
no figueiral entrei; 
sete doncelas topara, 
sete doncelas topei-, 
chorando as achara, 
chorando as achei...


En memoria del hecho, los infanzones escogieron por armas cinco hojas de higuera puestas en sotuer, y 
desde entonces fueron conocidos por el sobrenombre de Figueroa, y tal fue su apellido e ilustre el 
linaje que en adelante lo llevó.

(Leyendas de España - Vicente García de Diego)


La Maladeta - Lérida

En las laderas de los Pirineos, tapizadas de fresca hierba y abundantes florecillas silvestres de varios colores, pastaban millares de rebaños de ovejas y corderos, y otros de cabras, que, guardados por sus pastores, pasaban allí toda la temporada del verano engordando con los jugosos y abundantes pastos, hasta que, al llegar el otoño y las primeras nieves, que empezaban a cubrir las cimas de los Montes, emigraban con sus ganados a otros climas más benignos.

En una Cabaña enclavada en las altas cumbres se habían refugiado del frío de la noche varios pastores. Sentados al amor de la lumbre; conversaban alegres acerca de las incidencias de aquella jornada y contaban cuentos y sabrosos chascarrillos, con los que mataban las largas horas de la noche. Mientras, los rebaños pacían alrededor de la cabaña, llenando el valle con el son de sus esquilas. En la puerta de la choza apareció un pobre caminante, de aspecto mísero, apenas cubierto por unos harapos y tiritando de frío. Por amor de Dios les pidió que le dejasen pasar con ellos la noche, porque estaba yerto de frío y no podía continuar su camino. Los pastores se negaron a ello, contestando, insolentes, que para él no había sitio allí y que se podía marchar por donde había venido.


Vieron de pronto que la figura del mendigo se transfiguraba, que sus vestiduras tomaban un blancor de nieve, que todo él quedaba rodeado de un halo luminoso; después empezó a elevarse despacio por los aires, majestuosamente, y, maldiciéndolos, desapareció entre las nubes. Aún estaban los pastores absortos, mirando al cielo, cuando se desencadenó una espantosa tempestad. Los truenos horrísonos hacían retemblar los montes, y miles de rayos surcaban los aires, hendían los árboles y destrozaban en pedazos las rocas de las montañas. Los relámpagos iluminaban con siniestros resplandores la tétrica noche, y las cataratas del cielo se desataron en torrenciales lluvias, que con los vientos huracanados formaban remolinos y turbiones que arrancaban de cuajo árboles y piedras en confusión caótica. ,


Los rebaños huyeron alocados, entre lastimeros balidos, dispersándose por las cumbres y valles. Los pastores corrían en su busca, quériéndose orientar por el resplandor de los relámpagos para reunir sus ganados; pero, azotados por el temporal, no podían continuar el cam!no y lanzaban, angustiados, horribles alaridos. Un estruendo más pavoroso que los anteriores conmovió hasta las entrañas de la tierra, y los pastores y ganados quedaron transformados en rocas. Desaparecieron los pastos, y las rocosas laderas quedaron cubiertas por los hielos, sin que volviera a brotar allí ningún resto de vida. Y desde entonces a aquella montaña se la conoce por la Maladeta, o sea, la Maldita.


Vicente García de Diego 





Leyenda del panecillo bendito = Córdoba

  Varias son las leyendas que atribuyen hechos milagrosos a la imagen de San Nicolás Tolentino. Entre ellas, la más curiosa es, quizá, la de...