miércoles, 12 de marzo de 2025

La sangre del Alcázar - Sevilla

 

En Los Reales Alcázares de Sevilla, se encuentra la "Sala de los Azulejos". 
Cuenta la leyenda que el Rey Don Pedro I llamado el Cruel, estaba casado con Doña Blanca de Borbón, con la cual, desde su boda hasta que fuera enclaustrada, solo consumó dos días. 
El monarca se enteró que Doña Blanca mantenía relaciones sexuales con su hermanastro Don Fadrique, al que mandó a llamar a los Reales Alcázares de Sevilla para, en un principio hablar con él. 
Una vez allí, ambos tuvieron un enfrentamiento. Don Pedro, en un momento de rabia, de frialdad y crueldad, dió muerte a su hermanastro (teniéndose connotaciones históricas del despiadado y sangriento asesinato), al que tuvo que rematar con una daga, ya que agonizante, no terminaba de perecer. 
Según cuenta la leyenda, la sangre de Don Fabrique, cayó en el suelo de mármol que, encontrándose en bruto y sin pulimentar, absorbió toda quedando manchado el suelo hasta hoy.

(Sevillanísimo)

Leyenda de los Valientes = La Rioja

SE cuenta que, hace muchos siglos, hubo un litigio por una extensa dehesa que se ubicaba entre las villas de Grañón y Santo Domingo. Los habitantes de Grañón observaban con desagrado que el encinar que consideraban de su propiedad era utilizado por los vecinos de Santo Domingo. Los calceatenses argumentaban que esas tierras les correspondían por derecho propio. No se ponían de acuerdo. Día tras día, vecinos de ambos pueblos tenían altercados y discusiones constantes. Llegaría un momento en que estallara un enfrentamiento armado entre los habitantes de las dos localidades, así que los mandatarios de ambos pueblos se reunieron y decidieron que se elegiría un vecino de cada municipio para que lucharan cuerpo a cuerpo, desarmados, en defensa de aquellas tierras. El que ganara se llevaría para su pueblo el encinar.

Mientras que el elegido calceatense, un luchador especializado, era alimentado a base de comidas selectas, Martín García, el elegido en Grañón, seguía realizando sus tareas agrícolas y se alimentaba con caparrones (alubias rojas).

Llegó el gran día. El combatiente de Santo Domingo había sido embadurnado con aceite, para que el grañonero no pudiera agarrarle. Ante esa dificultad, Martín García introdujo un dedo en el orificio del ano de su contrincante, de esa guisa lo levantó y lo lanzó lejos. Así ganó Martín García las tierras de La Dehesa para Grañón.

En agosto se celebra una romería hasta la Cruz de los Valientes, ubicada entre las dos localidades, en el mismo lugar donde supuestamente aconteció la pelea, y allí se conmemora el litigio junto a vecinos de Santo Domingo. Se dejan flores en nombre de Martín García y se comen caparrones.

En 1995, el cantante grañonero Juancho Ruiz el Charro compuso el tema La cruz de los valientes rememorando la leyenda de Martín García. Fue estrenada en la cruz en agosto de 2001.



miércoles, 5 de marzo de 2025

El anillo deMudarra

 En la prosificación del cantar, Gonzalo Gustios finalmente es liberado. Justo antes de partir, la hermana de Almanzor, que durante el cautiverio se había acostado con Gonzalo Gustioz, le comunica que está embarazada de él (el niño será Mudarra). Gonzalo Gustioz ve aquí una posible vía para vengarse de Ruy Velázquez, así que toma un anillo y lo rompe en dos pedazos, dándole una parte a ella y quedándose él con la otra mitad. Mudarra recibe este medio anillo como herencia, siendo posteriormente reconocido por su padre Gonzalo al juntar las dos partes y vque encajan perfectamente. En la prosificación del cantar de la Crónica de 134 o Segunda Crónica General, Gonzalo Gustioz queda ciego con el paso de los años, y al juntar el anillo se produce un milagro: él recupera la vista y el anillo queda unido permanentemente.




lunes, 3 de marzo de 2025

El puente de San Martín (Toledo)

 

En el torreón de entrada del puente de San Martín en Toledo, debajo de la estatua de San Julián, existe una lápida latina que Pisa, en su Historia de Toledo, publicada en 1612, traduce así: «Una puente había en este lugar cuyos cimientos se ven a la orilla 
del río debajo de ésta, que habiéndose caído por una gran creciente que sobrevino el año 1203, en su lugar los ciudadanos de Toledo levanotaron ésta. Y como los acuerdos de los hombres son flacos, ya que el río no la podía empecer por estar más alta, habiendo contiendas entre el rey don Pedro y su hermano don Enrique sobre el reino, la puente se rompió. Reparóla el arzobispo don Pedro Tenorio».
En un nicho que se abre sobre la clave central del arco se ve una pequeña figura de piedra que representa a una mujer; según dice la tradición, se trata de la mujer del constructor del puente en la reconstrucción ordenada por el arzobispo don Pedro Tenorio. ¿Qué es lo que significa esa estatua? He aquí lo que cuenta la tradición:
Efectivamente, fue durante las contiendas fratricidas entre don Pedro el Cruel y el bastardo de Trastamara cuando el puente de San Martín fue roto. Toledo en esa época era testigo de las luchas entre los dos impetuosos señores, el rey y el que aspiraba a serlo. Y en una de esas ocasiones el puente fue cortado por lospartidarios de don Enrique para impedir el paso de sus rivales.

Terminó la lucha con el drama de Montiel. Los campos y ciudades gozaron de la paz. Y el puente de San Martín seguía roto. Treinta años más tarde, hacia el año 1390, don Pedro Tenorio, el arzobispo toledano de tan excelente memoria en los anales de la ciudad, creyó que era tiempo de reparar el destrozo cometido en el puente. Y despachó mensajeros que llevaron el deseo del arzobispo a uno de los mejores arquitectos de aquel tiempo. Este arquitecto aceptó el encargo, llegó a Toledo, y habiendo recibido todo lo que necesitaba, comenzó la reconstrucción del puente.
Los obreros, toledanos en su casi totalidad, trabajaban con esfuer zos redoblados, y el pueblo acudía a ver el adelanto de las obras que  iban a alzar de nuevo el bello puente destrozado en mal hora por las pasiones de los hombres, no por las crecidas del río. El trabajo era ale gre y la obra adelantaba a ojos vistas. El arzobispo también hacía frecuentes visitas, conversando con el arquitecto y animándole a terminar su trabajo lo antes posible. El arquitecto se mostraba satisfecho  de la marcha de las obras. Éstas ya se acercaban a su fin. Se había terminado el gran arco, y ya se esperaba de un día a otro quitar la cimbra que lo soportaba.
 Una noche, el arquitecto, que durante las últimas horas de la tarde había aparecido algo inquieto, salió de su casa. No contestó a las preguntas de su mujer, que deseaba saber a dónde se dirigía. Fue al puente y descendió por una escala revisando la construcción del arco recién terminado. Cuando regresó, su rostro estaba pálido. Se metió en  su habitación y se tendió, sollozando, en el lecho. La mujer se acercó,  y llena de temor, le preguntó si ocurría algo grave.
El arquitecto apenas podía responder. Al fin explicó a su mujer que, sin saber cómo, había cometido un error gravísimo en sus cálculos, de manera que, en el momento en que se quitara la cimbra del arco, éste  se vendría irremediablemente abajo, arrastrando en su caída a todos los que se encontraran sobre el puente. Ningún remedio veía, pues se sentía incapaz de confesar al arzobispo su error. Don Pedro Tenorio lo despediría, y esto sería la causa de su ruina como constructor de puentes
Después de esta confesión, el desgraciado volvió a ocultar su cara,   dando muestras de la más atroz desesperación.
La mujer era valiente y decidida. Comprendió que había de obrar rápidamente. Dejó descansar a su marido y, tomando una tea, salió de la casa. Era una noche oscura y tempestuosa y las calles estaban desisiertas. La mujer pasó sin ser vista. La tormenta estalló, y la mujer, sin amedrentarse, seguía andando. Al fin llegó al puente, pasó por él, y temblando, llegó al centro. Cogió la tea y la lanzó en medio de los ma- 
deros y cuerdas que formaban la cimbra. Durante un momento pareció que la llama iba a apagarse; la mujer temió que su esfuerzo quedara inútil. Pero el fuego prendió en el andamiaje. La mujer volvió corriendo mientras las llamas crecían con el viento. No mucho después los toledanos oían un gran estruendo que dominó a los truenos 
más fuertes. Era que la cimbra había ardido y había hecho que el andamiaje se derrumbara.
  A la mañana siguiente todos vieron el puente derrumbado de nuevo y los maderos quemados y arrastrados por la corriente. Atribuyeron lo sucedido a un rayo que habría incendiado la cimbra. El arzobispo  ordenó al arquitecto que de nuevo comenzara la construcción, y esta vez el artista cuidó con esmero los detalles menores, logrando ver terminada la obra felizmente. Su alma estaba llena de gratitud a su mujer, que con su valor le había salvado del gran fracaso.
 El mismo día en que solemnemente se inauguró el puente, la mujer del arquitecto pidió ser recibida en audiencia por el arzobispo, y habiendo solicitado previamente su clemencia, se confesó autora de lo sucedido. El arzobispo, lejos de castigarla, hizo que se levantase y alabó su valor y honradez. Y para perpetuar la memoria de esta mujer que de tal manera había salvado la honra de su esposo y quizá la vida 
de muchos toledanos, el arzobispo hizo que se colocase en el puente de San Martín la figura de mujer que aún se ve.
Vicente García de Diego 


lunes, 24 de febrero de 2025

Calle de Puñonrostro - Madrid

 

Esta calle va desde la de San Justo á la plaza del Conde de Miranda.

Tradición.—Aquí existió una casa propiedad de Fernando del Pulgar, cronista de los Reyes Católicos, cuya finca pasó después al conde de Puñonrostro, dando nombre á la calle.
El primer señor de Puñonrostro fué D. Diego Arias Dávila, contador mayor y tesorero del rey D. Enrique IV, su secretario y escribano mayor de sus privilegios. Murió en Enero de 1366. El condado de Puñonrostro se creó en 24 de Abrilde 1523, dándosele á D. Juan Arias Dávila por los servicios que prestó en el alzamiento de las Comunidades, defendiendo bizarramente el castillo de Illes-cas y el Alcázar de Madrid.

(Carlos Cambronero)

El legado del moro - Granada

Era Perejil un gallego fuerte, aguador de oficio, que se ganaba la vida vendiendo el agua fresca que sacaba de un pozo de la Alhambra. Tenía aire jovial y un buen fondo-, pero no era feliz, pues le había tocado una mujer holgazana y descuidada, y además tenía una caterva de hijos harapientos, que lo asediaban como una nidada de gorriones.
En uno de sus viajes al pozo, para ganarse unas monedas, encontró, sentado en un banco de piedra, junto al brocal, a un moro desfallecido, el cual le pidió que en lugar de bajar los cántaros de agua en el borrico, que le bajase a él y le pagaría doble de lo que pudiera ganar con el agua.
Compadecido, Perejil aceptó, diciéndole que no quería recompensa alguna. Al llegar a Granada, preguntó al moro adonde lo llevaba, y éste contestó que no tenía casa ni conocidos y que le pagaría con creces si lo llevaba a su casa. El bueno de Perejil, al verlo en tan extremado apuro, lo condujo a su choza. La mujer protestó, por las consecuencias que tendría para ellos alojar en su casa un huésped perseguido por infiel.
El aguador era duro de cabeza y no quiso someterse a lo que dijo su mujer. Colocó al moro en la parte más fresca de su casa y le dio por cama una estera y una zalea.
Aquella noche un fuerte ataque puso en peligro la vida del moro. Cuando recobró el conocimiento, con voz desfallecida dijo a Perejil que temía morir, y en agradecimiento a lo que había hecho por él, le dejaba una cajita de sándalo que llevaba atada a su cuerpo con una correa. Se repitieron las convulsiones, cada vez más violentas, hasta que al fin el moro expiró.
El aguador y su mujer estaban tristes, pensando que la gente los trataría de asesinos cuando encontrasen al muerto en su casa y que pagarían con la horca la obra de caridad que habían hecho con el moro.
Perejil tuvo una idea. Era de noche; podía sacar el cadáver envuelto en la estera y enterrarlo a orillas del Genil. Nadie había visto entrar al moro en casa y nadie tendría noticias de su muerte.
Dicho y hecho. Su mujer le ayudó a envolver el cadáver en la estera y a cargarlo sobre el asno. Pero la fatalidad quiso que viviera enfrente del aguador un barbero llamado Pedrillo, chismoso y charlatán, que vio entrar aquella noche en casa de Perejil a éste con un hombre vestido de moro.
Por un ventanillo que le servía de mirilla estuvo observando toda la noche la luz que se filtraba por los resquicios de la puerta de su vecino, y antes de amanecer vio que Perejil salía con su jumento, cargado de un modo muy raro. Siguió al aguador a cierta distancia, hasta que vio que se detenía a cavar una fosa, a orillas del Genil, para enterrar un bulto que parecía un cadáver.
El barbero volvió a su casa, y cuando se hizo de día cogió la bacía debajo del brazo y se dirigió a casa del alcalde, que era su cliente de todos los días, y mientras le rasuraba, le contó lo que había visto, afirmando que Perejil, el gallego, había dado muerte a un moro que tenía en su casa y lo había enterrado aquella misma noche.
El alcalde era el hombre más despótico y avariento de Granada. Examinó el caso desde el punto de vista de robo con asesinato; el botín sería grande y lo importante era que pasara a manos de la Justicia. Perejil iría a la horca. Con esta idea llamó al alguacil, hombre flaco, vestido a la antigua usanza española, con un gran sombrero negro, gorguera alechugada, una capa negra que le caía de los hombros, traje negro y una vara lisa, insignia de su autoridad. Ante su presencia le dio orden de echar el guante al pobre Perejil. No tardó en cumplirla, pues poco después comparecía ante el alcalde el acusado con su borrico. Con aspecto ceñudo y voz dura, le dijo que sólo con el patíbulo se pagaba el crimen que había cometido; pero que era caritativo con él y se hacía cargo de que el muerto en su casa era un moro, un infiel, y por ser enemigo de su religión, en un arrebato, lo había matado.
-Echemos tierra al asunto -dijo- y entrega lo que has robado.
El pobre aguador, asustado, contó lo ocurrido con el moro enfermo. Pero fue inútil. El alcalde se obstinaba en que el moro tendría joyas, a lo que contestó Perejil que sólo le había dejado una caja de sándalo en pago a sus servicios.
-¿Dónde está esa caja? -inquirió el alcalde.
-En uno de los cestos de mi borrico -contestó el aguador.
Inmediatamente vino el alguacil con la caja de sándalo. El alcalde, con mano temblorosa y ojos de codicia, abrió la caja y no encontró más que un rollo de pergamino lleno de caracteres arábigos y un cabo de vela.
Convencido de que no había botín, escuchó las explicaciones del aguador, y, en vista de su inocencia, le dejó en libertad, pero se quedó con el burro. Desde entonces el desgraciado gallego subía y bajaba desde la fuente de la Alhambra con el cántaro al hombro y tenía que soportar las injurias de su esposa, que le echaba en cara el no haberla obedecido.
Un día en que, a causa de estas riñas, se enfureció el desgraciado Perejil, agarró la caja de sándalo y la estrelló contra el suelo. La caja, al caer, se abrió y de ella salió un rollo de pergamino. Lo cogió, se lo metió en el bolsillo y se fue a la tienda de un moro de Tánger, pidiéndole que le explicara el significado de aquél. El moro le respondió que servía para rescatar tesoros escondidos bajo el poder de algún encantamiento.
Pronto se enteró Perejil de que, según la leyenda, bajo la torre de Siete Suelos había grandes tesoros, y se lo comunicó al moro. Éste no había podido enterarse por completo del significado del pergamino, puesto que había que leerlo a la luz de una vela especial, que al fin se encontró en la caja de sándalo.
Aquella misma noche, a las doce, fueron a la torre. Al oír las campanadas, encendieron el cabo de vela y el moro empezó a leer el pergamino. Apenas terminó de leerlo, se produjo un ruido subterráneo y el suelo se abrió, dejando al descubierto un tramo de escalones. Bajaron temblando y vieron bajo una gran bóveda un arca custodiada por dos moros inmóviles, como encantados. Ante ellos había enormes montones de monedas de oro. En cuanto las vieron empezaron a llenarse los bolsillos; pero de pronto un gran ruido se dejó oír y el moro y Perejil echaron a correr, despavoridos, no parando hasta llegar afuera.
Ya más tranquilos, se sentaron en el suelo, y decidieron no contar a nadie lo ocurrido y volver a la noche siguiente por más dinero.
Al llegar a su casa, la mujer se le quejó por su tardanza, y entonces Perejil no pudo menos de contarle lo ocurrido. La mujer se echó al cuello de su marido, loca de alegría. Aprovechó esto Perejil para decirle que no volviera en su vida a reñirle por ayudar a un semejante en la desgracia.
Al otro día, con el dinero que su marido había traído, se apresuró la mujer a comprar ropas y alimentos, de los que estaban tan necesitados, y éste, a su vez, vendió algunas monedas de oro a un joyero, que las calificó de extraordinarias, ya que eran de purísimo oro y con inscripción árabe.
Todo el vecindario se hacía lenguas del cambio operado en la familia de Perejil. De pobres y miserables habían pasado a ser unos burgueses acomodados.
Un día una vecina que fue a casa de Perejil vio sobre una mesa un gran montón de oro. La sospecha nació en ella y le faltó tiempo para ir a contar al alcalde que en casa del desgraciado Perejil había visto mucho oro, y que sin duda tenía que haber sido robado de algún sitio.
El alcalde, sin perder un momento, envió a la Justicia en busca de Perejil. Éste no tuvo más remedio que contarle lo ocurrido. En cuanto lo supo el alcalde, que era muy ambicioso, decidió visitar los sótanos de la torre.
De nuevo todo ocurrió como la noche anterior. El alcalde, el barbero, el aguador y el moro salieron de aquellos sótanos cargados de oro. Una vez arriba, el alcalde quiso bajar de nuevo para subir el cofre-Perejil y el moro se opusieron; pero al alcalde no hubo quien le convenciera y bajó otra vez acompañado del barbero. No habían pasado unos minutos desde que se habían internado bajo tierra, cuando ésta, de repente, se cerró, quedando enterrados bajo la gran torre de los Siete Suelos.
En cuanto a Perejil y el moro, vivieron felices, disfrutando de las riquezas sacadas de esta encantada torre.

(Vicente García de Diego)

viernes, 21 de febrero de 2025

Ruta de los extraterrestres - Madrid

 

Seguro que muchos de vosotros conocéis a alguien que afirma que los extraterrestres existen, o incluso, a algún amigo que conoce a alguien que tiene un amigo que es primo de uno que escuchó que su vecino fue abducido. Esta atracción por lo extraterrestre ha estado presente en nuestra sociedad desde hace muchos años, y hoy en día, sigue aún a nuestro alrededor.
Este hecho, unido a la presentación de la película “Paul” en España hace unos meses, propició la creación de la primera ruta extraterrestre por la Sierra de Madrid, un lugar conocido por haber estado siempre muy vinculado con asuntos ufológicos. Está película fue la excusa perfecta para organizar la ruta OVNI, principalmente porque la fisiología del extraterrestre protagonista del largometraje encajaba perfectamente con la idea de ente de otro planeta que rodea este área.
Durante los años sesenta y setenta, no dejaron de escucharse historias relacionadas con estos temas y que situaban a la Sierra de Madrid en un punto clave a nivel ufológico. De hecho, la sierra llegó a bautizarse como “Área Norte”. Por ese tiempo, una persona que prefería ser conocida como “Señor X” aseguraba que el pantano de El Vellón escondía una base alienígena. Muchos fueron los curiosos que se acercaron al lugar, intentando ver qué encontraban los buceadores que eran capaces de sumergirse en el pantano. Según cuentan, los equipos de buceo se volvieron locos y las aguas se volvieron de color negro.
Son muchas las personas que afirman haber visto alguna actividad “no identificada” en la Sierra de Madrid, y esta es una de las razones por la que se creó la “Ruta Extraterrestre Área Norte”. Esta, intenta emular la famosa “ruta ovni” de la famosa “Área 51” de Estados Unidos, y nos permitirá adentrarnos en lugares tan bellos y misteriosos como El Berrueco, el Pantano del Atazar, La Cabrera o La Pedriza.
Creamos o no en los “objetos voladores no identificados”, esta ruta no nos defraudará, además de ofrecernos la excusa perfecta para escaparnos a disfrutar de sus paisajes.

Tus casas rurales

La sangre del Alcázar - Sevilla

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