MITOS, LEYENDAS Y ANÉCDOTAS DE ESPAÑA
Relatos localizados en España desde los tiempos de Noé
viernes, 20 de septiembre de 2024
Leyenda del panecillo bendito = Córdoba
Leyenda de los Organos = Teruel
La luna estaba llena e iluminaba el camino a “su lugar mágico”, los dos caminaban juntos cogidos de la mano, en silencio, destrozados.
Leyendas de El Obrador
El incendio
Era el noble castellano de Tudela prototipo de caballerosidad e hidalguía. Las puertas de su castillo estaban siempre abiertas a todas las desdichas, a todas las necesidades y a todos los pobres de la comarca.
A pesar de sus años, el castellano era muy aficionado a la caza, y a menudo salía con amigos y servidores a perseguir las piezas, que cobraba casi siempre, por ser muy diestro en tal arte.
Una noche lóbrega y oscura, después de un agitado día de caza, el señor de Tudela reposaba en el salón de su castillo. Junto a él estaba su hija, la bellísima castellana, el amor de su corazón y la luz de sus ojos. Cuando así estaban, se acercó uno de sus servidores a decirles que un moro peregrino, perdido en la noche entre la montaña, pedían nospitalidad hasta el día siguiente. Pero ellos, los servidores, se resistían a dejarle pasar.
Hacedle pasar y preparadle buena comida y buen lecho —dijo el ano.
Mirad señor, que se trata de un perro moro...
“Para mí es sagrado, pues me pide hospitalidad y está extraviado.traédmelo acá.
El moro era joven y gallardo. Hablaba con gracia y soltura; sabía cantar y tocar el laúd. Y la velada se hizo tan grata con él, que las repetidas veces que intentó retirarse fue detenido por la joven castellana.visiblemente encantada por el simpático huésped.
Al día siguiente el moro se quedó para asistir a la caza del oso. Era una mañana clara y fría, el aire agitaba los árboles y daba gusto galopar por los senderos del bosque. Pero ¡ahí está el oso! El señor de Tudela arremetió contra él; pero con mala fortuna. Sus años se hacían ya sentir, y el oso le hirió gravemente.
Conducido al castillo, moribundo ya, tuvo un terrible presentimiento e hizo jurar a su hija que nunca renegaría de su religión ni de su patria. La joven, llorosa y asustada, juró tímidamente.
Pasaron varios días. El anciano señor reposaba en el panteón de su castillo, junto a sus antecesores. El moro iba a partir. Pero aquella noche, antes de su marcha, el moro y la doncella cristiana se confesaron su amor y decidieron partir juntos.
Nadie supo nunca cómo pudo ser. Pero cuando la enamorada pareja hacía los últimos preparativos, un horroroso incendio se desencadenó en el castillo. Los criados, enloquecidos, corrían de un lado a otro, las llamase lamían ya las paredes altas y habían deshecho el puente levadizo. Sólo quedaba una salida trasera. Hacia ella se dirigió el moro llevando en sus brazos a su amada. Pero. al llegar a la puerta se quedó detenido, suspenso. Guardando la puerta estaba el viejo castellano que había salido de su sepulcro y con la espada al aire se aprestaba a defender el honor de su hija.
El castillo y sus habitantes fueron una horrorosa hoguera. Después sólo quedó un informe montón de ruinas.
Vicente García de Diego
jueves, 19 de septiembre de 2024
Don Alvar de Avila y Doña Guiomar - MIroncillo (Avila)
Llegaba ya el desfile frente al palacio de D. Diego de Zuñiga, noble y palaciego abulense, arriba, desde la alta ventana, su hija Dª Guiomar aplaudía a los guerreros. Era linda y tenía ojos negros la condesita, era blanca como el lirio de los campos y su mirada angelical se cruzo con la de Alvar Dávila, que sonreía, sonreía... el valiente capitán se serranos recorrió ya la ciudad sin corazón, ¡ lo había perdido en una sonrisa !.
Muchas veces se vieron Alvar Dávila y la condesita Guiomar, pero siempre a través de aquel alto ventanal de la torre del palacio de D. Diego de Zuñiga. Guardaba el conde a su hija entre los recios muros de la casa señorial para ofrecérsela a Dios. Era duro y altivo el conde, y ante él vino un día el capitán de serranos. Eran breves las treguas de guerra y le pidió licencia para casarse con la condesita, su hija, antes de una nueva partida. El conde, la ira en los ojos, ordenó al capitán que abandonase su palacio, prohibiéndole que en lo sucesivo volver a ver a Dª Guiomar.
El señor de Sotalvo con toda dignidad y gran Entereza, replico al irascible: - Cuando el amor ha nacido, no se le mata con vilencias; que el corazón del enamorado es rebelde y terco en la rebeldía. Dª Guiomar y yo seguiremos amándonos, y aún más, viéndonos: ¡ Mal que os pese !.
Guardias rondaban día y noche el palacio, para prender al capitán si osaba acercarse. Mientras tanto, en el coto señorial de Sotalvo, sobre las altas rocas, mirando a Ávila, la brisa del corazón de Alvar Dávila alzaba en pocos días un blanco castillo roquero. Se adivinaban, más que se veían, los dos enamorados; ella miraba a la sierra; él, en las altas almenas que descubrían la ciudad.
Hasta que un día, al fin, el alma blanca de Dª Guiomar se escapó, hecha suspiro, del lirio de su cuerpo. A las torres del castillo vino aquel día nívea paloma. Suave era el arrullo, y el castellano la tomo con ternura en sus manos, poniéndola al cuello blanco lazo de raso.
De madrugada partía para la guerra al frente de sus escuadrones de serranos. Y en la guerra murió peleando como bueno...
De vítores II
Lo cual recuerda una anécdota de Alfonso XII cuando hizo su entrada en Madrid en los primeros momentos de la Restauración. Inclinándose en su coche, le dijo a un hombre que le vitoreaba:
—Gracias, muchas gracias por este entusiasmo.
—Eso no es nada, Majestad —respondió el otro—, sí hubiera visto lo que gritábamos cuando echamos a su madre...
Carlos Fisa
El linaje de los Figueroa «No figueiral, figueiredo...» = Galicia
En Galicia dejó perpetua memoria el «tributo de las cien doncellas».
El famoso rey Mauregato había convenido con el califa de Córdoba entregarle cada año cien doncellas cristianas, de las más nobles y honradas familias de sus reinos de Galicia y Asturias, para su harén y los de los grandes señores de Al-Andalus. Los gallegos, lo mismo infanzones que villanos, estaban poseídos de indignada rabia por pacto tan vergonzoso. Se negaban a entregar a sus hijas y hermanas, las defendían de las gentes del rey y de los moros, y las doncellas, al ser conducidas, iban deshechas en llanto, mesándose los camellos, arañándose sus bellos rostros, procurando desfigurarse para aparecer feas a los ojos de los enemigos de su fe y de su tierra.
Las gentes del rey conseguían siempre, por la fuerza, sacarlas de sus casas y conducirlas a una torre solitaria, que por ello recibió el nombre de torre de Peito Burdelo, a la cual venían a buscarlas los enviados del califa, acompañados de muchos moros armados hasta los dientes. Las doncellas, conforme iban siendo conducidas, esperaban allí hasta que estuviese completo el número y viniesen los moros.
Aconteció en una ocasión que cinco hermanos gallegos, infanzones pobres, se hallaban en un campo, al pie de la torre donde se guardaban las doncellas, en el cual crecían numerosas higueras. Había en la torre siete doncellas y una numerosa tropa de moros que las estaba custodiando para llevárselas.
Conmovidos los cinco hermanos al oír los lamentos de las desesperadas doncellas, ardían en deseos de libertarlas; pero como no tenían armas, no se atrevían a acometer a la morisma.
Mas habiendo llegado al límite su paciencia, ante el vergonzoso y doloroso espectáculo, el mayor de los hermanos propuso que, puesto que no tenían otro medio, se armasen con ramas de higuera y con ellas hiciesen frente a los guardadores de aquellas pobres desconsoladas.
Así lo hicieron. Arrancando ramas de higuera, los cinco hermanos se arrojaron sobre los moros y combatieron con tanto valor y denuedo, que hicieron en ellos gran matanza, siendo muy pocos los mahometanos que pudieron escapar, derrotados y maltrechos.
Los arriesgados vencedores, después de poner en libertad a las doncellas, celebraron su triunfo entonando un canto heroico que se hizo célebre:
No figueiral, figueiredo,
no figueiral entrei;
sete doncelas topara,
sete doncelas topei-,
chorando as achara,
chorando as achei...
En memoria del hecho, los infanzones escogieron por armas cinco hojas de higuera puestas en sotuer, y desde entonces fueron conocidos por el sobrenombre de Figueroa, y tal fue su apellido e ilustre el
linaje que en adelante lo llevó.
(Leyendas de España - Vicente García de Diego)
La Maladeta - Lérida
En las laderas de los Pirineos, tapizadas de fresca hierba y abundantes florecillas silvestres de varios colores, pastaban millares de rebaños de ovejas y corderos, y otros de cabras, que, guardados por sus pastores, pasaban allí toda la temporada del verano engordando con los jugosos y abundantes pastos, hasta que, al llegar el otoño y las primeras nieves, que empezaban a cubrir las cimas de los Montes, emigraban con sus ganados a otros climas más benignos.
En una Cabaña enclavada en las altas cumbres se habían refugiado del frío de la noche varios pastores. Sentados al amor de la lumbre; conversaban alegres acerca de las incidencias de aquella jornada y contaban cuentos y sabrosos chascarrillos, con los que mataban las largas horas de la noche. Mientras, los rebaños pacían alrededor de la cabaña, llenando el valle con el son de sus esquilas. En la puerta de la choza apareció un pobre caminante, de aspecto mísero, apenas cubierto por unos harapos y tiritando de frío. Por amor de Dios les pidió que le dejasen pasar con ellos la noche, porque estaba yerto de frío y no podía continuar su camino. Los pastores se negaron a ello, contestando, insolentes, que para él no había sitio allí y que se podía marchar por donde había venido.
Vieron de pronto que la figura del mendigo se transfiguraba, que sus vestiduras tomaban un blancor de nieve, que todo él quedaba rodeado de un halo luminoso; después empezó a elevarse despacio por los aires, majestuosamente, y, maldiciéndolos, desapareció entre las nubes. Aún estaban los pastores absortos, mirando al cielo, cuando se desencadenó una espantosa tempestad. Los truenos horrísonos hacían retemblar los montes, y miles de rayos surcaban los aires, hendían los árboles y destrozaban en pedazos las rocas de las montañas. Los relámpagos iluminaban con siniestros resplandores la tétrica noche, y las cataratas del cielo se desataron en torrenciales lluvias, que con los vientos huracanados formaban remolinos y turbiones que arrancaban de cuajo árboles y piedras en confusión caótica. ,
Los rebaños huyeron alocados, entre lastimeros balidos, dispersándose por las cumbres y valles. Los pastores corrían en su busca, quériéndose orientar por el resplandor de los relámpagos para reunir sus ganados; pero, azotados por el temporal, no podían continuar el cam!no y lanzaban, angustiados, horribles alaridos. Un estruendo más pavoroso que los anteriores conmovió hasta las entrañas de la tierra, y los pastores y ganados quedaron transformados en rocas. Desaparecieron los pastos, y las rocosas laderas quedaron cubiertas por los hielos, sin que volviera a brotar allí ningún resto de vida. Y desde entonces a aquella montaña se la conoce por la Maladeta, o sea, la Maldita.
Vicente García de Diego
Leyenda del panecillo bendito = Córdoba
Varias son las leyendas que atribuyen hechos milagrosos a la imagen de San Nicolás Tolentino. Entre ellas, la más curiosa es, quizá, la de...
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Me llamo Uso y vivo en lo alto de una montaña muy especial, es de roca roja, aunque cuando bajo al valle a buscar bayas desde allí se ve e...
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Omar ben Hafsun era un noble muladí (descendientes de cristianos convertidos al Islam) que dirigió una guerra de guerrillas contra el emi...
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Los Jentiles eran los pobladores de las tierras de Vasconia antes de introducirse el cristianismo. Cuando llegó el cristianismo, cambio su...