Una vez que el conde Fernán González reparó sus fuerzas, ordenó a sus mesnadas y se dirigió al encuentro de Almanzor, que venía corriendo la tierra. Cuando dieron vista al ejército moro, se prepararon para el combate. El conde contó los pendones que traía y vio que poca gente tenía en sus haces. En esto un caballero cristiano que se adelantó corriendo pasó por delante del ejército de los fieles. Apenas hubo galopado una no muy larga distancia, la tierra se abrió y tragó al caballero; después se cerró y quedó todo como antes. Gran terror cundió por el ejército cristiano, pero, Fernán González, que sabía que ésa era la temerosa señal anunciada por el monje de la ermita, dijo a grandes voces a sus caballeros: «¡No temáis este agüero! Si la tierra no es capaz de soportarnos, ¿quién podrá con nosotros? ¡Adelante!». Y se lanzaron contra los moros, que ya galopaban también, prestos al encuentro.
El choque de los dos ejércitos fue terrible. Los cristianos, a pesar de ser tan pocos, consiguieron resistir el primer embate de los moros, y pronto éstos empezaron a retroceder. El conde, que había sido el que diera las primeras heridas, animaba a sus guerreros, y era el más valiente de todos. Al cabo de algunas horas los moros huyeron, dejando todo el botín en poder de la hueste del conde. Gran victoria fue ésta para los cristianos, y de ella regresaron llenos de gozo.
El conde separó una parte del botín y fue a la ermita para entre- gársela al monje que le profetizara la victoria. Y le encargó que alzara una iglesia que luego llegó a ser el famoso monasterio de San Pedro ade Arlanza.
Vicente García de Diego
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