El Santo Rostro de Jaén, es un valioso relicario decorado con piedras preciosas y con una imagen de acentrada devoción popular en Jaén. Pretende ser, avalada por antiquísima tradición, uno de los dobleces del lienzo con que Santa Marcela –la popular Verónica– enjugó el rostro de Cristo, cuando abatido por el peso de la Cruz se encaminaba hacia el Calvario. Está guardado en una urna de plata labrada y situado en la Capilla Mayor de la Catedral de Jaén.
El Santo Rostro de Jaén, es un valioso relicario decorado con piedras preciosas y con una imagen de acentrada devoción popular en Jaén. Pretende ser, avalada por antiquísima tradición, uno de los dobleces del lienzo con que Santa Marcela –la popular Verónica– enjugó el rostro de Cristo, cuando abatido por el peso de la Cruz se encaminaba hacia el Calvario. Está guardado en una urna de plata labrada y situado en la Capilla Mayor de la Catedral de Jaén.
Cuentan los evangelios apócrifos, que caminando Jesús de Galilea hacia el Monte Calvario, se acercó hasta El una mujer joven para limpiarle el sudor de su faz, quedando estampado en el sudario utilizado el rostro del Nazareno. El sudario estaba doblado, razón por la que quedaron estampados tres rostros. Uno de ellos, según la tradición, es el que está guardado bajo siete llaves en la Santa Iglesia Catedral de Jaén. Entrando de nuevo en el mágico mundo de la leyenda, encontramos una de origen muy remoto, que nos relata la razón por la que el Santo Rostro de Cristo llega desde Roma hasta la ciudad de Jaén.
Dicen que estando un Obispo de Jaén cenando, escuchó un gran alboroto, unido a escandalosas risas y comentarios jocosos de unos insanos diablillos, que guardaba encerrados en un jarrón de boca estrecha y base ancha, de esos que llamamos redoma. No pudiendo concentrarse en lo que estaba haciendo el obispo, ya que agitaban sus alas y reían con gran estrépito, se acercó sigiloso hasta el jaleoso jarrón sin que le vieran. Una vez encontró el sitio apropiado, escuchó con interés para averiguar la razón de semejante jolgorio. Los pequeños demonios estaban relatando, entre risas ensordecedoras, los grandes pecados de Su Santidad el Papa. En los abismos infernales, según noticias que habían recibido, estaban esperando el momento de su muerte para celebrar una gran fiesta. Relataban satisfechos los pecados del Pontífice, con ansiedad de que llegara el instante en que éste bajara hasta las infernales llamas. Quedó asombrado y boquiabierto el Obispo por lo que escuchó.
Preocupado por el casi inmediato y horrible destino de Su Santidad, comenzó a pensar de qué modo podría avisar al Santo Pontífice antes de su fallecimiento. Pero ¿cómo llegaría hasta la ciudad eterna? Eran muchos los días necesarios para llegar al Vaticano, y para ese momento el Papa ya habría fallecido. Una genial idea le vino a la mente. Si convencía a uno de los diablillos para que lo llevaran volando hasta la ciudad de Roma, podría llegar a tiempo de prevenir al Papa de su fatal destino, consiguiendo salvar su alma antes de que le sobreviniera la muerte. Los diablillos se miraron, asombrados de la petición del Obispo. Rápidamente uno de ellos, se mostró dispuesto a llevarle volando sobre su lomo hasta el Vaticano, pero quería saber qué recibiría a cambio de ese gran favor. Enseguida realizó su petición. Parece ser que el Obispo disfrutaba todas las noches de unos suculentos y opíparos banquetes, razón por la que el diablillo pidió a cambio del viaje hasta Roma, las sobras de las cenas del prelado durante el resto de su vida. Aceptó el Obispo de Jaén la condición impuesta por el jocoso diablillo, al que le brillaban los ojos de satisfacción por el trato conseguido. Al momento, liberó de su estrecha prisión a la infernal criatura y montó el Obispo sobre su lomo.
Rápidamente llegó hasta el Palacio del Papa, donde enseguida le concedieron una entrevista personal con él. El Santo Pontífice, se dio cuenta de que la suma de sus pecados se había convertido en una condena infernal. Mientras, el prelado jiennense lanzaba bendiciones y agua bendita por aquella estancia intentando purificarla. Se escucharon ruidos y lamentos ensordecedores, unido a un intenso olor a azufre, hasta que el Papa, al arrepentirse de los males cometidos, consiguió salvar su alma. Tan agradecido quedó al Obispo que le había salvado del infierno, que le entregó el Santo Rostro de Cristo en señal de gratitud. Solucionado el problema, volvió feliz el prelado a montar sobre el diablillo, con el Santo Rostro apretado entre sus brazos. Regresó de nuevo surcando los aires hasta la ciudad de Jaén, donde quedó guardado para siempre tan preciado sudario. El diablillo, satisfecho del trato que había realizado con el Obispo, esperaba con ruido en las tripas el grandioso festín de esa noche. Sin embargo, nos cuenta esta leyenda, que a partir de ese momento, el prelado decidió que sus cenas estuvieran compuestas de un único plato.
Desde entonces y hasta su muerte, cada anochecer, saboreaba un cuenco de exquisitas nueces, dándole al ansioso y hambriento diablillo las sobras de su cena, que no eran sino las cáscaras del apetitoso fruto.
(Texto gentileza de Asociación Cultural Iuventa)
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