Cuando Dios hubo terminado de crear a todos los animales, antes de ordenarles que se dispersasen por el mundo, losmcontempló con su mirada clara de bondad y hermosura.
A todos les había dado vida; a cada uno, la forma y las cualidades más convenientes. Todo era perfección. Pero el Sumo Hacedor quiso mostrar aún su inagotable benevolencia. Y les dijo: Ya tenéis todos vuestra figura. A cada uno lo he hecho como he querido para la mejor vida de cada cual. Mas ahora quiero concederos a todos una gracia. Que quien quiera algo más, que me lo pida, y se lo daré.
Gran algazara estalló entre los animales. Todos fueron pidiendo algo, y a todos les fue concedido. Fueron pasando los grandes animales, las fieras soberbias y las audaces aves de rapiña, los lentos y apacibles animales domésticos y las alegres aves parleras. Todas las criaturas del Señor fueron pasando, hasta que llegó la abeja. A la abeja le había sido ya dado el privilegio de fabricar la dulcísima miel. Y Dios le preguntó:
¿Qué quieres ahora? Ya tienes la miel, tesoro codiciado por los hombres. Si lo deseas, te daré una casita de oro para que guardes esa
miel.
—¡No, Señor! contestó la abeja-. Los hombres codciarán la miel, y si está guardada en casa de oro, aún será mayor su codicia. Dadme un arma con que herir al hombre si viene a coger la miel.
La miel será suficiente para ti y sobrará para el hombre -dijo el Señor—. Y además tendrás lo que pides.
Y en su cuerpo brotó el aguijón. Y Dios, para castigar el mal corazón de la abeja, dicen que dispuso que una vez que la abeja clavase el aguijón, muriese.
:Y así ocurre cuando la abeja usa su arma contra el hombre, su rey y señor.
Vicente García de Diego
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