Vivía en Madrid, en la que hoy es la calle del Caballero de Gracia, la noble dama doña Leonor Garcés, mujer de singular hermosura y extraordinaria piedad religiosa. Ocas veces abandonaba su casa si no era pata oír su diaria misa o el rosario de la tarde, pero las suficientes para que un conquistador afortunado y famoso por entonces, don Jacobo Gratis, se prendase de ella. Era extranjero por su apellido, pero conocía a todas las bellezas de la corte mucho mejor que cualquier madrileño; y, no obstante su fama de licencioso, las mujeres se le rendían siempre con poco esfuerzo. Sólo en doña Leonor Garcés encontró una fortaleza y una virtud a que no estaba acostumbrado. Siguióla varios días hasta su casa, la abordó incansable, y ni siquiera una frase de enojo obtuvo de sus labios. Tanto fue el desprecio demostrado por la noble dama, que el caballero Gratis, como azuzado por él, llegó a encenderse más y más en su pasión.
Se le ocurrió, después de fracasar en todos los intentos, sobornar a la única criada y, ofreciéndole una gran cantidad de dinero, le entregó un narcótico para que se lo diera a doña Leonor antes de acostarse.
Quedaron convenidos en que el caballero quedaría apostado a la puerta de la casa y la criada le daría la señal de subir, una vez hubiera hecho efecto el narcótico.
El plan, perfectamente meditado, salió bien en su primera parte. La criada pudo lograr con facilidad que doña Leonor tomase el bebedizo y a los pocos minutos, viéndola desvanecida, la llevó a su alcoba y la tendió en la cama. Acto seguido hizo señas a don Jacobo, que esperaba en la calle, y cuando éste subía las escaleras alborozado por el éxito, sintió dentro de su alma una voz sobrenatural que le reprobaba su pecado y, pálido de terror, cayó de rodillas sobre un escalón.
Dicen que allí mismo se arrepintió de sus faltas y que, temeroso del castigo divino, empleó toda su fortuna en la fundación del convento conocido hoy con su propio nombre, llevando en adelante una vida de penitencia y fervorosa piedad.
Vicente García de Diego
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