En las cercanías de Marlés, cerca del lugar llamado Eures de Quart, camino de la Riera, en una espadaña gigantesca, tenía la cueva una bruja que pasaba el tiempo hilando lana. Cuando se le terminaba, tomaba su escoba y, junto con otra compañera, volaba hasta Prats de Llussanés, donde había muchos rebaños de ovejas, y allí las trasquilaban y robaban la lana a los pastores.
Había en la comarca un propietario que, sin ser muy rico, se daba muy buena vida. Tenía grandes rebaños de ovejas, siempre muy gordas y con una lana blanquísima, que podía vender a muy buenos precios, y era muy conocido por eso y por las comilonas que organizaba, en las ferias de Alpens, Berga y Prats de Llussanés.
Siempre le habían ido bien las cosas, hasta que de pronto sus ove-jas empezaron a adelgazar, y aún a morir muchas de ellas, y sus rebaños fueron menguando; de tal manera, que llegó un momento en que se vio arruinado.
No sabiendo qué hacer, después de pensarlo mucho, decidió ir a ver a la bruja de la cueva de Marlés.
Hacia allí se dirigió una noche y estuvo mucho rato conferenciando con ella. Como resultado de esta entrevista, el propietario arruinado fue al día siguiente a pedirle un macho carnero muy bueno que tenía para sus ovejas.
El propietario, que sabía el apuro en que se encontraba su amigo se lo prestó de buena gana Sólo le pidió que lo cuidara bien y se lo devolviera pronto.
Pasó el tiempo, y era en vano que el amigo pidiera el macho carnero que con tan buena voluntad había prestado. Éste seguía en el rebaño del otro, que tenía ahora muchísimas ovejas, hermosas y lecheras; pero todas con una lana negra y muy rizada.
Una tarde en que los rebaños estaban pastando, se acercarol a laorilla de la Riera, en el lugar llamado Gorc de les Eures.
El propietario, que iba detrás del rebaño, guiado, como de costumbre, por el macho, envió a los perros junto al río para impedir que cayeran dentro. Pero el macho volvió la cabeza y le pareció al hombre que sonreía de una manera diabólica. De pronto, bajó el testuz, tomó empuje y echó a correr hacia el Gorc, precipitándose en él, hundiéndose en sus aguas y arrastrando tras él a todo el rebaño, a los perros y al propietario.
Muchos han querido saber la profundidad exacta del Gorc de les Eures y han tirado a las aguas un cordel con un plomo atado. Han ido después soltando luego un ovillo enorme; pero siempre el hilo ha ido bajando sin tocar fondo; por lo que es creencia popular que el macho, las ovejas y el pastor fueron derechos al infierno.
Vicente García de Diego
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