El propio Wagner, al localizar el escenario del castillo de Montsalvat, donde se encontraba el Santo Grial o Graal, la milagrosa copa capaz de conceder la inmortalidad, que utilizó Jesucristo en la Última Cena y en la que José de Arimatea recogió su sangre cuando estuvo en la cruz, aludió a las «montañas septentrionales de la España gótica».
Parece no haber dudas de que ese lugar es San Juan de la Peña y parece que Anfortas, (el «rey pescador) de la leyenda artúrica, no sería otro que Alfonso I el Batallador, en quien al parecer se cumplen todas y cada una de las características del rey del Grial, incluso la de haber contraído matrimonio con una princesa orgullosa - que sería la leonesa doña Urraca - y no dejar descendencia.
Como se sabe, el Santo Grial había sido trasladado a Roma por san Pedro para que sirviese de cáliz en la primera sede episcopal del cristianismo. Durante la cruel persecución de Valeriano, que pretendía hacerse con todos los tesoros de la Iglesia, el papa Sixto, antes de ser martirizado, encargó al diácono Lorenzo que guardase bien el Grial. Lorenzo, que era de Huesca, lo envió secretamente a su ciudad natal.
La invasión árabe obligó al obispo Acisclo a huir de Loreto, Huesca, con la sagrada reliquia, que estuvo escondida en una cueva, antes de pasar por varios monasterios pirenaicos, y llegar, a principios del siglo XI, a la catedral de Jaca. Un obispo trasladó el Grial desde Jaca a San Juan de la Peña, y allí permanecía la reliquia cuando pasó el caballero Parsifal, aunque no llegó a verlo por carecer de los méritos necesarios.
A finales del siglo XIV el rey Martín el Humano se llevó el Grial a Zaragoza, donando a cambio un precioso cáliz a San Juan de la Peña. La reliquia pasaría más tarde a la capilla real de Barcelona, pero el rey Alfonso V la trasladaría a Valencia, y Juan II se la entregaría al cabildo catedralicio de la misma ciudad, que le consagró una capilla especial y es su actual depositario.
También hay quien señala que el Grial de Valencia no es el verdadero, pues el caballero Parsifal, tras haberse purificado en las cruzadas, habría regresado a San Juan de la Peña para hacerse con el sagrado vaso, que habría trasladado a algún lugar de Oriente, donde ha de quedar oculto por los siglos de los siglos, hasta el fin de los tiempos.
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