Quiero contaros mi historia. Soy la ermita de San Pedro de la Roqueta. Tengo muchos años, tantos que ya he perdido la cuenta de cuantos son. Pero eso no es lo importante, lo importante es que tengo una larga y bonita historia que contar.
En los tiempos en los que se pierde la memoria hubo una vez un pequeño pastor que vivía en el pueblo de Montoro de Mezquita y que le gustaba acercarse hasta donde me edificaron.
Era un zagal vivo y bueno que vivía en el seno de una familia humilde. Tenía unas pocas ovejas y como la zona del valle más rica en pastos la tenían otras familias con más cabezas de ganado, él apacentaba en esta zona que estaba más lejos del pueblo.
Cada mañana, en lugar de ir a escuela, cogía sus ovejas y salía al monte para ayudar a sus padres. El pastorcico era muy creyente y siempre estaba pensando en los Santos.
Tan fuerte era su fe, que un día junto a una roca (roqueta) descubrió una sima. Y de esa sima salió el mismísimo San Pedro.
El pastorcico no daba crédito a lo que veía, bajo al pueblo y explico lo que le había sucedido. De inmediato se personaron todas las autoridades en este lugar y decidieron comenzar a edificarme. Los trabajos duraron varios años, pero al fin me acabaron, me pintaron ricamente con los apóstoles y colocaron una talla del Santo en mi interior.
Comenzó así una gran tradición en ta que los habitantes de Montoro de Mezquita celebraban en romería el veintinueve de junio, el preciso día en el que San Pedro se presentó al joven pastor.
Pasaron los años y cada veintinueve de junio venían a visitarme puntualmente. Pero no solamente me visitan en romería, sino que cada vez que una pareja se casaba subía hasta mí para que el Santo les diera su bendición. Cada vez que necesitaban un favor, subían hasta mí para pedirle al Santo. Cada vez que necesitaban rogar por la cosecha los volvía a ver pidiendo el favor al Santo. Fue tanta la devoción que incluso llegué a tener la
compañía todos los días de un santero que edificó su casa a mi lado y nos cuidaba al Santo y a mí.
Qué buenos momentos fueron aquellos....
Pasaron muchos años más, cuando llegó una época de tremenda sequía, los campos se agotaban, las fuentes se secaban, los rebaños morían de sed. La población estaba desesperada.
Un día siete hombres de Villarluengo decidieron ir a pedirle favores al Padre Santo de Roma para que intercediera por esta zona afectada por la sequía y cogieron sus cuatro cosas y comenzaron su larga caminata a Roma.
Después de muchos meses caminando llegaron a su destino y les concedió audiencia el Padre Santo. Expusieron su petición y el Padre Santo después de reflexionar les recomendó que fueran a la ermita de su pueblo vecino y le pidieran a San Pedro de la Roqueta el favor que necesitaban. Así que estos siete peregrinos emprendieron el camino de vuelta a casa.
Llegaron hasta mí el día de San Marcos exhaustos por el cansancio. Le pidieron al Santo que enviase el agua para salvar los campos, el ganado y la gente. Que gozo cuando , en el mismo altar, ya escuchaban los ruidos de la tormenta que se avecinaba. Uno de los peregrinos yació allí mismo y los demás emprendieron el camino de vuelta a casa. El resto de los compañeros fue muriendo, uno a uno, por el camino de Montoro de Mezquita a Villarluengo. Pero su esfuerzo no fue en vano pues el agua llegó acabando con aquella terrible sequía.
Desde entonces se celebra una romería en honor a estos peregrinos el sábado siguiente al veinticinco de Abril, en la que vecinos de Villarluengo salen de su pueblo vestidos con capas antiguas de paño y entonando unos cánticos antiguos en latín. En cada uno de los lugares donde falleció uno de los peregrinos lanzan una piedra en su memoria. Llegan hasta mí y allí se juntan con los vecinos de Montoro de Mezquita. Rezan al Santo y comparten una jornada en la que se cocinan judías con arroz para todos los visitantes.
Cuando finaliza la fiesta, cada uno regresa a su pueblo y los habitantes de Villarluengo entran a su pueblo con las antorchas encendidas como cuando, en su día, fueron a buscar a los peregrinos.
Leyendas de El Obrador
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