En Escorca, por el camino de Lluc, ábrese una sima en la que de noche se escuchan cantos infernales, trote de caballos, gritos de mujer y repique de cascabeles. En otro tiempo había en este mismo lugar una era. Cuando llegaba el mes de agosto reuníanse allí los trilladores y trabajaban entre gritos, cantos y risas.
Un domingo, por la tarde, en la era se trillaba, sin respetar el día del Señor. Mientras los caballos daban vueltas y más vueltas, haciendo sonar sus cascabeles, los payeses cantaban y decían a las mujeres bromas soeces. Éstas gritaban y reían, armando entre todos un guirigay espantoso.
De pronto se oyó por el camino de Lluc el vibrante sonido de una campanilla. Era un sacerdote que llevaba a un enfermo el Santo Viático. Los payeses continuaron su algazara, sin hacer caso de la divina presencia.
El sacerdote, horrorizado por tal profanación, se detuvo un momento, sin atreverse a pasar por delante de aquella gente tan irrespetuosa. De repente se oyó un gran estrépito; la tierra se abrió y sepultó en su seno a cuantos en la era había.
Desde entonces siguen trillando sin parar los payeses, cantando; riendo y gritando eternamente, como en aquella tarde del domingo.
Vicente García de Diego
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