La leyenda comienza cuando un monje del mencionado convento, descontento con el traslado de los restos sepultados en el cementerio y la construcción en él del espacio público, maldijo la obra y la condenó a arder hasta tres veces.
De acuerdo con la profecía, en el primer incendio, que se produjo en 1877, no moriría nadie, y así fue; en el segundo, en 1889, fallecería una persona, y así se cumplió.
El tercero de los incendios ha de llegar todavía de acuerdo con la maldición, y en esta ocasión, todo el público ha de perecer. Verdad o mentira, los murcianos parecen convivir sin miedo con la profecía.
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