lunes, 19 de agosto de 2024

Mari Saltos - Segovia

Saliendo de Segovia hacia el río, cerca de la iglesia de la Vera Cruz, hay Unas peñas que los segovianos llaman Rocas Grajeras. Por aquella parte es agradable el paseo, en las soleadas tardes del invierno. Pero, además, este lugar tiene otro interés. De aquel sitio se cuenta Una de las más hermosas leyenda segovianas.

En tiempos de Fernando lll, siendo obispo de Segovia don Bernar do (hacia 1237), vivían Numerosos ¡judíos en esta ciudad. Fama tenían de hermosas las mujeres iudías, pero había Una, bella sobre toda comparación. Se llamaba Ester, y desde su infancia habíase convertido a la religión de Cristo Salvador, pero era su devoción, sobre todo, a la Santa Virgen en su advocación de la Fuencisla, a la cual rezaba siempre que podía ocultarse de las miradas, ya recelosas, de sus hermanos de raza.

Un día Ester fue asediada en la calle por un caballero de noble estirpe, esposo de una altiva dama, pero que atraído por la belleza de la judía, abandonaba su hogar y enviaba, uno tras otro, mensajes y presentes a Ester, sin que jamás viera correspondido su deseo. Mas los judíos, que notaron lo que ocurría y que, por otra parte habían descubierto la conversión de Ester, deseando la muerte de la doncella traidora a su sangre y religión, tramaron una conjura, y un día presentóse uno de ellos en el palacio del regidor para ser oído por éste. Fue  recibido por el severo funcionario, que le preguntó qué deseaba.

Deseo hacer una denuncia.

—Habla -le fue contestado.

-Una mujer de nuestra raza tiene amores con un caballero de la ciudad que es casado. Sabemos —continuó con astucia— que un es- cándalo no sería conveniente para la ciudad.

Entonces, ¿qué pretendes? -preguntó inquieto el regidor, a quien no convenía que los reyes supieran que en Segovia no se vigilaban las relaciones entre judíos y cristianos.

Solamente que se nos permita hacer justicia en nuestra traidora hermana.

-Eso lo tenéis concedido por fuero —dijo, ya tranquilo, el regidor

Salió el viejo rabino del palacio y, dirigiéndose a la judería, convocó a juicio a los ancianos, y de allí salió la condena a muerte de Ester

Y fue condenada, no como adúltera, sino como criminal y traidora, como renegada; por ello no había de ser lapidada, sino despeñada

La noticia de lo que ocurría se había extendido por la ciudad, y todos los habitantes, cristianos, judíos o moros, se dirigían en grupos hacia las afueras, para presenciar el despeñamiento, y en sus conversaciones lamentaban la desdicha de la joven, que era conocida y amada por todos. Y las culpas recaían no sobre ella, sino sobre el caballero, a quien todos reprochaban su vida de libertinaje. Ya salía el cortejo de verdugo y víctima por la que hoy es plaza del Alcázar. Allí se alzaba en otros tiempos la catedral vieja, en la que se adoraba a la milagrosa imagen de la Fuencisla. A ella se encomendó Ester, suplicándole que tuviese compasión de su alma. Llegaron a las peñas, y dos viejos judíos condujeron a la muchacha hasta el borde de las rocas. Por el cielo, de un azul purísimo, volaban los grajos que tienen allí sus nidos.

Pero Ester no miraba a lo alto, ni miraba a la sima; su mirada iba recta, cargada de lágrimas, pero firme, a la torre de la catedral y al lugar en donde estaba la Santa Virgen. Ya se aproximaba el verdugo para empujar a la muchacha, cuando ésta pronunció con sus labios exangles una oración pidiendo ayuda a la Virgen. Surgió entonces del azul algo como una tenue nubecilla, bajó y se vio que era una paloma blanca, quien en el momento en que el verdugo lanzó a Ester al vacío, bajó con ella, y ante el asombro de todos descendió suave y blandamente hasta la orilla del río. Admirados, corrieron todos a rodear a la judía, que con las rodillas en tierra decía:

—Es la Virgen. Es la Virgen de la Fuencisla, que ha tendido su manto. Deseo el bautizo, deseo el bautizo, creo en Cristo, quiero ser crlstiana.

Y fue el mismo obispo don Bernardo quien bautizó a Ester, y por nombre le impuso María del Salto, de donde la gente la conoció por Mari Saltos. Y María del Salto pidió aún como gracia que se le permitiera vivir en una humilde habitación de la catedral, para cuidar a la Santísima Virgen. Esta merced le fue concedida, y allí vivió una santa vida, hasta que se apagó en dulce tránsito, en olor de santidad, segúnrefirieron los testigos. Y por ello fue enterrada en el claustro de la catedral. Al ser edificada la nueva basílica, su cuerpo trasladóse al claustro también, en una de cuyas paredes se ve aún una pintura que representa el milagroso suceso, que recuerda cuando, saliendo de Segovia, se contemplan esas rocas donde anidan los grajos.

Vicente García de Diego



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