Desde la misma noche del sepelio, las monjas que allí habitaban escucharon golpes y gritos desgarradores que relacionaron con el penar del alma de la difunta. Rezaron y rezaron hasta que cesaron los ruidos, pero cuando su viudo llegó a la ciudad para visitar la tumba de su esposa, encontró el cuerpo en el suelo con su mortaja destrozada. La habían enterrado viva.
Sí, efectivamente. La aterradora historia de la legendaria cataléptica tuvo lugar en la plaza de Santo Domingo, una zona de creciente ocio nocturno donde confluyen algunas de las calles más transitadas del centro y varios tours temáticos sobre fantasmas.
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